Este cuento formó parte de la producción de taller literario "La obsesión y la otredad en Bestiario, de J. Cortázar". Alumnos de quinto año escribieron simulando el estilo de la antología abordada a lo largo del primer trimestre de este año en Literatura.
En esta publicación, les acercamos un cuento escrito por Aldana y Nadia. En próximas publicaciones, podrán disfrutar otros textos de nuestros futuros egresados.
Los picaportes de bronce
No había nacido con los méritos del orden y la pulcritud pero su madre la había convencido de que la limpieza era la llave de la felicidad. Desde los 10 años, practicaba el itinerario que los cuidados maternos le habían trazado. Tendía su cama, guardaba su pijama bajo la almohada, se bañaba, cepillaba sus dientes dos minutos arriba, dos minutos abajo, dos minutos a cada costado, luego hacía lo mismo con su cabello. Mientras se cambiaba al mismo tiempo ordenaba y mientras ensuciaba al mismo tiempo limpiaba, tanto se esmeraba que antes de ensuciar ya limpiaba. Lo que más le gustaba era hacer brillar las manijas de bronce de las puertas, esas manijas que los abuelos habían traído de Italia en un baúl y que por extraño designio fueron a parar a su casa y a las manos de la nuera más hacendosa. Una carilina blanca la acompañaba a lo largo de la casa en ese pequeño rito cotidiano que le aseguraría un futuro. Primero limpiaba los picaportes de su cuarto, luego la del baño, después de la cocina y antes de salir de su casa hacía un repaso. Por supuesto, esas costumbres era algo que no se animaba a contar a sus amigas, pero estaba segura de que si algo bueno iba a pasarle sería gracias a los bronces de los abuelos en los que se veía crecer hermosa y sentía que su alma se reflejaba como un pájaro a punto de volar. Una tarde al regresar del colegio, sintió que el vuelo, ese del que tanto le habían hablado sería imposible. El picaporte de la puerta de entrada no estaba y la puerta estaba abierta. Pensó que algo había malo había sucedido, un robo tal vez, pero no. También faltaba el picaporte de los cuartos, de la cocina, del baño. Su padre, que había perdido sus últimos ahorros jugando al póker, los estaba cambiando para venderlos. Aquella noche no comió y como si de golpe hubiera perdido la memoria, tampoco se peinó ni se lavó los dientes y su madre, que no advirtió lo que le pasaba, tuvo que enseñarle el camino hasta su cama. A la mañana siguiente, nadie supo de ella, solo encontraron en su cama un collar de pluma color cielo y un charco de sangre en el picaporte de la puerta de calle junto a un paquetito de pañuelos.
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